Esto que me había pillado unas entradas para una première (se escriba así o no) para ver Dejavu, en el edificio Hispania (ese tan grande que se encuentra enfrente del corte inglés). Hay que decir,
que las entradas parecían más bien cartulinas para hacer murales que entradas de cine convencionales, en las cuales tienes que ponerte las gafas de cerca para distinguir la fila y el número de asiento que te corresponde.
No sé por qué habían decidido estrenar una película antes de tiempo en el zig-zag. El caso, es que no estaba dispuesto a perdérmelo, y no puedo ocultar que me picaba la curiosidad por asistir. Quizá acudirían grandes estrellas del mundo del celuloide que irrumpieran con pomposas limusinas y que pisaran la alfombra roja.
Esto que Chalter iba conduciendo su cuatriciclo por Juan Carlos I, y como íbamos justos de tiempo (como siempre que hay concentraciones de grandes masas), decidimos aparcar cerca.
Las calles de alrededor estaban llenas y polloneta no cabía en ningún hueco.
- ¡Vamos a aparcar aquí!-dijo Walter señalando al aparcamiento del Carrefour - ¡aquí hay muchos espacios! ¡no creo que cierren después!
Emprendió la maniobra, a la par que decía:
- ¡Mira, te voy a sorprender nuevamente! - chilló entusiasmado mientras pasaba entre dos coches y se detenía en la plaza que estaba justo delante.
Nos dirigimos al complejo comercial, al tiempo que Walter aprovechaba para indicarme donde vivía Ramón.
- ¡Tengo hambre! - dijo Walter lampeando
- ¡No hay tiempo! ¡mira la cola que hay!
Dije esto porque un grupo de chicas de unos catorce años de edad estaban pidiendo en el argentino. Eran el equipo de patinadoras argentinas que había venido a competir al campeonato del mundo aquí en Murcia.
Sin embargo, yo no había caído en la cuenta de que se estaba celebrando dicho evento.
- ¿Cuando jugáis para que vayamos a veros? - le pregunté a una que esperaba en el mostrador
Ella se me quedó mirando perpleja e intimidada.
Alguien me dijo que era patinaje por equipos. No se si fue mi conciencia o ella misma.
- El jueves - respondió ella tras experimentar dos minutos de pensamientos impuros hacia mi persona
Cuando llegó el turno de Walter (media hora después), el gordo tergiversó su pedido. Espero que matice él, porque no sé si le echó la salsa que no era, o que le sacó del horno una cosa que él no había pedido. Se cabreó él, y me cabreé yo.
Al margen de la comida y de las salsas, éstas fueron introducidas en grasientas bolsas que impregnaron de colesterol los brazos de los asientos del cine.
Entramos tarde a la sala y nos costó un mundo hacernos con un asiento. Al cabo de unos minutos, Walter insinuó:
- Crespo, creo que nos hemos equivocao de película.
Seguidamente, apareció en la pantalla un rótulo que rezaba así: "Los fantasmas de Goya"
- Pa mí que sí, eh - me mofé con sorna.
Salimos precipitadamente de la sala, pegando pisotones, tirando conos de palomitas y untándolo todo de grasa. Subimos al piso de arriba e irrumpimos en "Dejavu". El acomodador se enojó y nos condujo hasta un privilegiado sitio situado en el centro de la estancia.
La película trataba de una persona de raza negra que moría pero que realmente no moría, gracias a una maquinita que adelantaba los acontecimientos.
A la salida, nos dirigimos al parking, que por cierto se encontraba muy oscuro.
que las entradas parecían más bien cartulinas para hacer murales que entradas de cine convencionales, en las cuales tienes que ponerte las gafas de cerca para distinguir la fila y el número de asiento que te corresponde.
No sé por qué habían decidido estrenar una película antes de tiempo en el zig-zag. El caso, es que no estaba dispuesto a perdérmelo, y no puedo ocultar que me picaba la curiosidad por asistir. Quizá acudirían grandes estrellas del mundo del celuloide que irrumpieran con pomposas limusinas y que pisaran la alfombra roja.
Esto que Chalter iba conduciendo su cuatriciclo por Juan Carlos I, y como íbamos justos de tiempo (como siempre que hay concentraciones de grandes masas), decidimos aparcar cerca.
Las calles de alrededor estaban llenas y polloneta no cabía en ningún hueco.
- ¡Vamos a aparcar aquí!-dijo Walter señalando al aparcamiento del Carrefour - ¡aquí hay muchos espacios! ¡no creo que cierren después!
Emprendió la maniobra, a la par que decía:
- ¡Mira, te voy a sorprender nuevamente! - chilló entusiasmado mientras pasaba entre dos coches y se detenía en la plaza que estaba justo delante.
Nos dirigimos al complejo comercial, al tiempo que Walter aprovechaba para indicarme donde vivía Ramón.
- ¡Tengo hambre! - dijo Walter lampeando
- ¡No hay tiempo! ¡mira la cola que hay!
Dije esto porque un grupo de chicas de unos catorce años de edad estaban pidiendo en el argentino. Eran el equipo de patinadoras argentinas que había venido a competir al campeonato del mundo aquí en Murcia.
Sin embargo, yo no había caído en la cuenta de que se estaba celebrando dicho evento.
- ¿Cuando jugáis para que vayamos a veros? - le pregunté a una que esperaba en el mostrador
Ella se me quedó mirando perpleja e intimidada.
Alguien me dijo que era patinaje por equipos. No se si fue mi conciencia o ella misma.
- El jueves - respondió ella tras experimentar dos minutos de pensamientos impuros hacia mi persona
Cuando llegó el turno de Walter (media hora después), el gordo tergiversó su pedido. Espero que matice él, porque no sé si le echó la salsa que no era, o que le sacó del horno una cosa que él no había pedido. Se cabreó él, y me cabreé yo.
Al margen de la comida y de las salsas, éstas fueron introducidas en grasientas bolsas que impregnaron de colesterol los brazos de los asientos del cine.
Entramos tarde a la sala y nos costó un mundo hacernos con un asiento. Al cabo de unos minutos, Walter insinuó:
- Crespo, creo que nos hemos equivocao de película.
Seguidamente, apareció en la pantalla un rótulo que rezaba así: "Los fantasmas de Goya"
- Pa mí que sí, eh - me mofé con sorna.
Salimos precipitadamente de la sala, pegando pisotones, tirando conos de palomitas y untándolo todo de grasa. Subimos al piso de arriba e irrumpimos en "Dejavu". El acomodador se enojó y nos condujo hasta un privilegiado sitio situado en el centro de la estancia.
La película trataba de una persona de raza negra que moría pero que realmente no moría, gracias a una maquinita que adelantaba los acontecimientos.
A la salida, nos dirigimos al parking, que por cierto se encontraba muy oscuro.
- ¡Coño! ¡Esta puerta está cerrada! - dije yo - ¡Bueno! ¡A lo mejor han dejado la otra abierta!
Me equivoqué.
Salimos "picando rueda" y dejando goma de neumático por todo el piso del parking. La puerta que daba a Mariano Rojas también estaba cerrada.
- ¡Mierda! - exclamé temiéndome ya lo peor- mira a ver por ahí, le dije a Chalter
La lateral tampoco se encontraba operativa.
- Sólo nos queda una opción, tira a la izquierda.
La cuarta puerta también se encontraba cerrada.
Incitado por la gravedad del momento o impelido por la angustia y la precipitación, ideé una plan de emergencia. Éste no era otro que subir la rampa que daba al restaurante chino, evitando así acabar con la flora del lugar. Tampoco quise atravesar el descampado posterior por temor a un más que seguro pinchazo. Como comprobamos a continuación, no tenía accesorios de utilidad (maderas para hacer rampa o varillas largas para hacer palanca). Solo abundaban profilácticos precursores del sida y una gran variedad de púas de distinto calibre, y bastante oxidadas, por cierto.
Tras hacer un giro brusco a derechas y sortear con éxito la esquina del chino, enfilamos directos hacia nuestra libertad, la cual se encontraba a 25 metros. No obstante, cuando ya suspirábamos de alivio, se oyó un crujido semejante a éste:
¡Cataclaasss!
¡Ostiasssss! dijo alguien
¡Madre mía! ¡Los bajos, Walter! - grité llevándome las manos a la cabeza.
Había sido un buen intento, pero no había contado con la altura de los escalones. Por ello, la polloneta se había quedado incrustada entre dos de ellos formando un ángulo de 45º con la horizontal. Es probable que si hubierámos acelerado a fondo en la recta, se hubieran evitado las escaleras. Nos condenó la precaución en ese momento. A pesar de eso, nos hubiéramos "comido" los maceteros del final de la calle.
Lo primero que se nos ocurrió fue buscar algún pedazo de madera para que los bajos del vehículo pudieran deslizar y que nos proporcionaran salir de tan ruinosa situación. Al final, y tras dar varias vueltas en círculo adorando a la polloneta, optamos por llamar a la grúa.
No fue eso lo más difícil, sino buscar los papeles del seguro en la guantera. Casi acabo sepultado entre una montaña de folios y cuartillas.
- Da igual. Paga la empresa. Lo peor de todo es que son las 1 y 30 y yo mañana la necesito para trabajar - aventuró resoplando el bueno de A.C.
- Tras llamar a la centralita en varias ocasiones, al fin se dignaron a darnos los datos necesarios. Llamé a la grúa de Espinardo con mano temblorosa.
- ¿Las grúas? Sí, mire. Es que tenemos un problema. Nos encontramos atrapados por aquí...
- ¿Qué???? ¿Atrapados? ¿Dónde? ¿Qué pasa aquí? - chilló un voz de tío despendolado de 50 años
- ¡Qué nos hemos quedado estancados en unos escalones!
- ¿Y cómo ha sido eso?
- Le hablo en serio.
- Bueno, ¿dónde es?
- Al lado del parking del Carrefour. En una especie de calle salón por detrás de Juan Carlos I.
- ¿Juan Carlos I? ¿Dónde está eso?
- Pues cogiendo la Redonda y tirando en dirección Espinardo. Lo que pasa es que así iría en dirección contraria. Tiene que bajar desde Espinardo dejando a un lado todos los concesionarios. Enseguida a la derecha se encuentra el Carrefour. Pues la siguiente calle.
- ¿Y cómo se llama la calle?
- Eché una correntilla hasta la esquina y le recité el nombre completo sin obviar los acentos.
Mientras esperábamos la llegada de la grúa, un grupo de estudiantes que estaban haciendo botelleo se asomaron al balcón atraídos por todo el paripé montado. Al parecer, nos reconocieron y se burlaron escandalosamente. Más tarde supimos que se trataba del Javi y del Sergio de Caravaca.
Con mucha dificultad, apartamos los maceteros que separaban la calle salón de la otra.
Walter y yo salimos a su encuentro al arcén de la carretera. Estábamos tan desquiciados, que veíamos camiones-grúa por todos lados. Pasaban los minutos y crecía la impaciencia. Tras media hora de interminable espera, un vehículo se detuvo a la entrada del Carrefour. Lo vi claro y empecé a correr hacia él. El conductor al ver que nadie llegaba se preparó a dar la vuelta. Estaba saliendo ya a la carretera cuando aparecí vociferando a pleno pulmón.
- Sube - se limitó a decir aquel tipo vestido con cazadora y entumecido por el frío y la humedad.
En aquel momento sonaba la famosa canción de Queen "Once me forever..."
- ¿Por dónde es? - dijo
- Por allí detrás, pero tiene que meterse por la calle siguiente.
El conductor superó el examen: metió el camión en una estrecha calle con conches aparcados a ambos lados y emprendió la maniobra marcha atrás.
-¡Joder! - exclamó cagándose en todo lo viviente - ¿Cómo coño os las habéis apañado para meteros ahí?
- Pues que nos hemos quedado encerrados en el parking y hemos intentado salir por ahí.
El gruista piso a fondo para superar el escalón. El camión paso muy justo el ancho de la calle. Bajo del transporte y enganchó la furgoneta. Empezó a tirar y a tirar, y poco a poco, el crujir de los escalones se empezó a sentir. Finalmente, cedió, el gancho disminuyó su fuerza y Walter, que se encontraba montado dentro de "Poyoneta", pisó el freno para atenuar la caída. Aún así el golpe contra el suelo fue terrible y despertó a la otra mitad del edificio que había logrado conciliar el sueño.
Walter le enseñó la documentación y el gruista emprendió su retorno entre sudoroso y satisfecho por su hazaña.
Walter imploró al cielo para que los bajos no hubieran quedado muy dañados.
Quedamos libres al fin, y Walter me dejó en La Circular sobre las dos y pico de la madrugada.
Caminé hacia las taskas mientras la gente de la Universidad me atiborraba a toques. Llegué sobre las tres a Cheché con cara de pocos amigos. Poca gente quedaba en el bar, pues todo el "bakalao" ya se encontraba partido. Me tome un copazo sin querer hablar con nadie. Llegué sucio y desaliñado, lleno de grasa y de polvo, además de despeinado.
Finalmente conté lo sucedido a los allí presentes, que no daban crédito a tan absurda aventura.
- Hubiera estado muy bien que nos hubiera traído la grúa hasta la puerta del bar -comenté, recuperando mi sentido del humor.
Regresé a mi casa, no sin antes acompañar a Cristina y a María Toledo a sus casas, mientras la lluvia arreciaba, provocando que llegara a casa empapado y al borde de un buen resfriado.
Continuará...
2 comentarios:
es todo cierto
jajajaja, yo también lo corroboro, los sucesos tuvieron lugar junto a mi casa, aunque aquella noche no me encontraba en ella a la mañana siguiente pude comprobar las consecuencias.
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