Últimamente parece que estamos abonados a exhibiciones multitudinarias y a baños de masas. Algunos piensan que a Antonio le gusta mucho la publicidad y la fama. Otros, que todo esto está de más, y que perdemos tiempo para nuestro objetivo prioritario: competir en Francia en condiciones. Personalmente, pienso que Antonio concierta citas a base de decisiones unilaterales a fin de obligarnos a trabajar y a espabilar. Jumilla ha sido el último caso.
Reventados tras el agotador y vertiginoso sprint de la tarde-noche del día anterior, aparecimos (algunos) a las 8 por el taller, pues todavía quedaban algunos flecos por solucionar, como terminar de montar el coche y colocar las pegatinas. Antonio llegó más tarde con la caña preparada y en furgoneta. Es el enésimo vehículo en el que aparece montado por el taller. Hacía una mañana propicia como para rodar un clip con pili dentro de la carrocería, pero el manillar estaba muy justo y Pili no parecía muy dispuesta a pincharse con los picos de fibra de dentro. Pili, esta vez te has salvado, pero te recuerdo que en Mayo tendrás que hacerlo, tanto si quieres como si no. Si no, más de uno pondrá el disco de corte, y se suicidará con la radial. Metimos el coche dentro de la "furgo" y lo atrancamos con ayuda de una caja. Opté por subirme al novedoso vehículo, a ver que con que tema de conversación me deleitaba esta vez el bueno de Antonio. Javi Morales nos acompañó. Los inicios no fueron buenos y presagiaban un amargo viaje, ya de por sí largo y tedioso. Antonio intentó bajar su ventanilla. No pudo, pues era de romper y pagar. Morales, sin embargo, si pudo bajar la suya, aunque a medias. Eché un vistazo en derredor, observando la cantidad de "abollaos" que presentaba la pared del vagón. Coscándome ante la joya ante la que me encontraba, no pude menos que preguntarle a Antonio donde había adquirido semejante "perla".
- Me la ha prestado un mecánico de allí de la ITV - contestó el patrón.
- ¡Qué bien! - dije en un tono irónico que bien hubiera podido irritar a su afortunado dueño.
Comentar que se me había ocurrido la idea de sujetar al coche con ayuda del cinturón trasero, pero éste no funcionó, debido a problemas de mantenimiento del mismo. Nosotros, gracias al cielo y al buen hacer de la Dirección General de Tráfico con sus útiles consejos, nos colocamos los nuestros. Ocurrió, que saliendo a la autovía dirección Alicante-Albacete, la puerta trasera del furgón se abrió. Javi fue el primero en percatarse. Según dicen las lenguas "malhablaás", el había sentido como una corriente de aire le había tocado la espalda, lo que le llevó a girarse y dar la voz de alarma. Antonio lo mandó a cerrar el pestillo, pero éste no pudo, Impaciente, Carpena la cerró de un portazo, creyendo haber zanjado el problema. Nada más lejos de la realidad. La puerta se abría y cerraba haciendo de nuestra travesía por la autovía una auténtica pesadilla. Todo esto tiene una cosa buena, y es que cuantas más anécdotas padece una persona, más gilipolleces tiene para contar, y así uno tiene conversación para sus nietos. Antonio, ajeno a la problemática del asunto, devoraba kilómetros a gran rapidez, mientras contaba a pares los coches que rebasaba:
- Coño, ¡cómo corre este bicho! - gritaba triunfante y sorprendido mientras la aguja se posaba sobre los 130 km/h o incluso más.
- Mira que cerca tenemos a ese BMW - le comenté mientras señalaba a un BMW biplaza de bellas proporciones.
Al parecer, el conductor debió oir nuestra conversación, pues hundió su pie en el acelerador, aumentando así la distancia que nos separaba con respecto a él.
Tras dejar atrás el polígono de Lorquí, pasamos ante un gran enjambre de grúas de gran tonelaje y maquinaria pesada variada. Antonio se puso nostálgico y no pudo evitar revelar otro capítulo más sobre su pasado.
- Yo trabajé en uno de esos antes de la ITV - resopló
- ¿Cuándo empezaste a trabajar en la ITV?
- Hace muchísimo tiempo. Desde el 95.
- Puff!! Ya ha llovido desde todo aquello. lSupongo que empezarías a trabajar a finales de los 80.
- Yo empecé en el año 92, Crespo.
- Se debe de conocer a mucha gente en la ITV. Siempre hay trasiego de gente de aquí para allá y
siempre pasa algún conocido.
- No te creas, eh.
- Tú padre me decía que eras muy estudioso, e incluso que te encerrabas a estudiar mucho tiempo con tal de evitar horas en el taller. Tu padre te apretaba para que estudiaras si no querías perderte en la dureza del día a día del taller.
- No te lo diría de esa manera. Aunque eso sí, mi padre no ha conocido otra cosa. Es cierto que desde muy joven me metí a trabajar al taller, al igual que a mis hermanos, lo que pasa es que a ellos no les gustaba, mientras que a mí sí.
- ¿Tu hermano se casa en la Iglesia de las Maravillas?
- No lo sé. Solo sé que se casa en Cehegín. ¿Conoces todas las Iglesias de por allí?
- Pues no, es la que me suena. Lo que sí sé, es que ahora han puesto una gran Cruz en la redonda de la entrada. Ahora está de moda eso de poner el armatoste más grande que se pueda a la entrada de los pueblos.
- Sí, es verdad.
- De hecho, los cehegineros pusieron en el monte algo luminoso con tal de llamar la atención para todo aquel que pasase por la autovía.
- Ja,ja,ja. Es posible.
- La verdad es que hay que saber de todo.
- Sí, la verdad que sí.
- Por saber, hay que saber hasta como pedir en un bar.
- ¿Cómo?
- Sí, por ejemplo: no es lo mismo entrar en un bar de carretera y decir: "¿me pones una ensaladilla, por favor?", que decir, "¡oye!, ponte algo de cenar que tengas por aquí".
- ¡Son dos formas de decir lo mismo!- se quejó
- Sí, pero en ese caso, uno queda mejor.
- Pues a mi me parece...
- ¡A lo que voy, Antonio! ¡Qué hay que saber defenderse en todo!...
- Sí, tienes razón.
- ...Y si te sabes veinte refranes para contar en una entrevista con un cliente en un restaurante, pues mejor que mejor.
- Sí, si, si. Sabes, Crespo, que antes pensaba que cuando mi hijo cumpliera los dieciséis, lo mandaría de cabeza al taller. Ahora, sin embargo, pienso lo contrario. Que haga lo que quiera, ¡pero yo lo apunto a inglés antes que al taller! - gritó ahogando un suspiro, supongo que recordando viejos tiempos.
- ¡A las dos cosas! - le dije yo, que no privo de mi opinión a nadie.
¿Qué dice tu hijo? ¿Qué quiere ser de mayor? - pregunté cambiando de tercio
- Pues dice que quiere ser Ingeniero Químico.
- Creo recordar que quería ser médico. ¿no es cierto?
-¡Qué haga lo que quiera! ¡Muchos padres han obligado a sus hijos a ser una cosa, y
aunque muchas veces han acertado, muchas otras han fracasado!
La conversación era fluida, más la puerta trasera no pudo aguantar más y acabó cediendo. Temí que el coche se posara sobre la carretera antes de tiempo. Antonio, harto ya, se detuvo en unos contenedores. Buscamos material de entre tanta basura, para ver si podíamos corregir el mal vicio de la puerta. Un alambre y un trozo de madera fina, habían sido los escogidos. Enganché un extremo al pestillo por dentro, mientras Antonio acordonaba el otro al cinturón. El madero atrancaría el quicio de las puertas. La medida dio sus frutos y ya no tuvimos ningún contratiempo en los 25 kilómetros que quedaban hasta Jumilla. Los civiles se cruzaron justo después de reemprender la marcha.
- ¡Uy lo que ha faltado! - resoplamos con alivio todos.
Nos hallábamos en la última recta antes de Jumilla. Parecíamos estar ya allí, pero el final no llegaba. Para Javi no era nueva esta situación. La había sentido de primera mano antes de llegar a muchos de los pueblos del Camino de Santiago.
- ¡Toma! ¡Llama a Tortosa! - instó Antonio tendiéndome su número
- ¿Cómo me dirijo a él?
- Tortosa
- ...
- ¿Tortosa? Mira, somos los del coche... ¡qué nos queda poco ya, ya vemos la gasolinera ahí delante!
- Dile que salga a recibirnos - dijo Antonio
- ¡Qué salgas a recibirnos!- le copié pegando un bocinazo que hizo reír al futuro doctor.
- ¡Vale! - respondió como si tal cosa.
En las redondas habia señalizaciones para las bodegas, pero no para el Instituto. Antonio bromeó con ello, pidiendo explicaciones al Señor:
- ¡Nada más que alcohol! ¡Solo piensan en eso los jóvenes!
- Ja,ja. Tu piensa, Antonio, que miles de jóvenes desperdician su vida por ello.
Nos detuvimos ante el Instituto "Infanta Cristina". Antonió estaba por llamar de nuevo a Tortosa, pero al parecer, lo divisó a lo lejos:
- ¡Mira! Es ese que viene corriendo
- ¿Quién? ¿El del bastón? - pregunté pues solo veía a un noble anciano avanzando a duras penas apoyando su "gallao" contra el suelo.
Un hombre de gesto sonriente y jersey azul empezó a gesticular detrás de la valla para que abrieran la puerta.
Nos condujeron al otro lado de los edificios, a un patio enorme. Tuvimos que correr detrás de la furgoneta para no perdernos.
En el patio se respiraba un ambiente de estupefacción y fanatismo automovilísitico. Tres coches construidos para diferentes fines y fabricados con un estilo peculiar, se disponían en batería: un kart, un autentico descapotable de competición y otro modelo estéticamente muy bonito y dotado de techumbre. También allí, y como era de esperar, había un hueco para nosotros. Se abrieron las puertas del furgón, y Morales y yo bajamos el coche ante la atenta mirada de sudorosos y granudos adolescentes que murmuraban comentarios del tipo:
"¡Eh! ¿Habéis visto eso?"
"¿Qué mierda es esto?"
"Y éstos, ¿quiénes son?"
"Eso, ¿es un coche?"
Dispusimos el vehículo en su sitio, y colocamos la carrocería a un lado.
"Alejémonos rápido, antes de que empiecen a escupir y a hacer comentarios dementes y desproporcionados". "A ver si vienen los otros, que éstos nos pueden" - pensaba para mis adentros.
Cuando aparecieron "los otros", antes que mandarlos a la mierda por su actitud pasota y deplorable, hice algo más productivo, pues me quité de en medio, y empecé a curiosear los otros monoplazas. Me agradó significativamente el kart, de magnífico diseño y bastante armado técnicamente. A mi vuelta, me encontré a Javi contándole no se qué a un curiosón de turno y a Pilar, rodeada por delante y por detrás, por zagalones de dieciséis años que le hacían preguntas obvias como pretexto para babearle. Cansado de tanto niñato pesado, aproveché que uno de los profesores encargados indicaba a Antonio el camino del Salón de Actos, para pegar un grito para arrastrar a David y a Pilar, de tanto pedante y consumidor semanal de alcohol. Menos mal que las zagalicas se fijaban en nuestro uniforme y nos miraban. Alguna, menos tímida que las otras, intentaba captar nuestra atención con preguntas del tipo:
"¿Quiénes sois vosotros?"
"¿Por qué vais vestidos así?"
"¿Dónde es el acto?"
Poco acostumbrados a firmar autográfos y echarnos fotos con la gente, pasamos olímpicamente, aunque no se pudieron quejar, ya que les regalamos alguna que otra sonrisa.
El salón de actos era una sala nauseabunda y poco acondicionada para la altura del evento. Mesas de pala jalonaban casi toda la estancia y un proyector iluminaba una pantalla en uno de los extremos.
Un chico joven y con cara de niño, interrumpió mi concentración para interesarse por nuestro bólido. No recuerdo las preguntas exactas, pero podían ser perfectamente, si nuestro coche era para competir y qué como funcionaba. Pronto la estancia estuvo abarrotada.
- Antonio, yo esperaba otra cosa, este salón de actos es muy chico. Aquí no va a caber nadie - aprecié yo
- Yo también - me contestó - al parecer va a haber que realizar dos exposiciones.
- ¡Vaya! Podrían habernos puesto en un salón más grande.
Los dirigentes intentaban imponer un orden del que los adolescentes carecían por naturaleza, mientras los cámaras y fotógrafos se ponían las botas con sus cámaras.
Cuando lograron desalojar a los del bachillerato de ciencias sociales, el hombre que respondía al nombre de Tortosa (como ese que tiene la atracción llamada aerobaby que se parece al canguro y en la que todos nos hemos montado alguna vez de pequeños) hizo una pequeña introducción, presentando a todos los expositores e invitados. Como estábamos muy apelotonados enfrente del respetable y el ángulo de visión era nulo, me colé en un hueco junto a la pared, al lado de Antonio.
Primero le tocó el turno a un representante de los organizadores de "Le Mans", una competición con seis pruebas en los circuitos más emblemáticos de España, con objeto de fomentar el descubrimiento de nuevos pilotos y a su vez, animar a pilotos extranjeros a que se acerquen a nuestras instalaciones.
"Entre los circuitos, destacan el Jarama, Cheste, Jerez, Cartagena, Albacete y Ascari, un circuito precioso situado en la ciudad de Ronda" - dijo con estas mismas palabras el expositor- se está barajando también la posibilidad de hacer carreras nocturnas, algo que últimamente se está poniendo muy de moda" - continuó. Habló también de la cilindrada (190 CV) y no se qué más.
Su video de presentación lo pintaba todo muy bonito, jugando mucho con las luces y las sombras de atardeceres, semáforos, una música muy al estilo del videojuego Wipeout, y destacando sobre todo el ruido de un potente motor mientras el bólido rebasaba la línea de meta. Para terminar de enganchar al personal, que mejor manera que poner imágenes de mujereres de escultural cuerpo y fingida sonrisa. La combinación motor-mujeres siempre funciona. Mientras la sangre dejaba el cerebro para desembocar en otro sitio entre la gran mayoría de la congregación masculina de turno, el portavoz recalcaba una y otra vez, con voz potente para dar más credibilidad a su perorata, que el proyecto contaba con el apoyo de Carolina Alcázar, presentadora de más que coches y de Gonzalo Serrano (sí, si, el tarugo ese que no para de repetir la archiconocida frase: "no parpadeen, que se lo van a perder. Esto es la fórmula 1, en estado puro". Llegado a este punto de su discurso, y en la segunda tanda, he de decir que cometió una errata. Gonzalo Serrano, no comenta la F1 con Paco Lobato, sino con Antonio Lobato. Esas cosas no se me pasan así como así. Es que hay que llevar cuidado porque hay gente por ahí, que no tiene nada que hacer y se dedica a escribir estas cosas en los blogs.
El caso, es que lo pintó todo muy atractivo, pero como luego me dijo Antonio, no comentó nada del precio por manejar uno de esos coches, que según él, ronda los 300 euros por carrera. Con razón decía que no hacía falta ser experto, y que con una simple llamada o correo bastaba para ponerte a sus mandos. ¡Un sacacuartos, vamos!
A continuación, A.González introdujo a Jesús para que expusiera nuestro proyecto. El primero se centró sobre todo en resaltar el carácter eminentemente educativo frente a la faceta investigadora de nuestro proyecto y a captar mentes para un futuro. Cuando pusieron el video de cuando conseguimos arrancar el motor y hacer funcionar la transmisión por vez primera, la gente se río cuando la cámara hizo un primer plano de Antonio.
- ¡Mirad, ahí tenéis al jefe! - decían mientras lo señalaban.
Lo más divertido era el turno de preguntas, pues cuando el expositor pedía preguntas, éste no cedía el micrófono y los ruegos y peticiones se diluían en el aire como azucarillos, con lo cual nadie se enteraba de nada. Gracioso también, fue el tipo que se dedicó a grabar en vídeo toda la exposición y que cuando se fue a dar cuenta, tenía mi dedo índice dándole golpecitos en su hombro izquierdo.
- ¿Qué? - preguntó algo mosqueado
- Tienes la tapa de la cámara cubriéndote el objetivo - le informé
- Ja,ja. Así es difícil que pueda grabar, ¿verdad? - dijo riéndose de su propio error
- Efectivamente - le dije mientras le hacía un gesto levantándole el pulgar
Aprovecharé este punto en la narración, para suplicar que se nos manden todos los videos, fotos, reportajes y demás, que se nos hicieron durante la mañana, ya que a David se le fue el Santo al Cielo.
La palabra que más me gustó del discurso de Robles y creo que a todo el auditorio, no fue otra que "estrámbotico". De hecho, no atendí a mucho más pues me lo sabía de sobra, y estaba consiguiendo un enchufe y tejiendo una amistad con una persona muy importante de la que hablaré a continuación.
Eusebio Nicolás, así se llamaba el chaval. Residente cerca del Zig-Zag, éste era campeón de Murcia de Karting, segundo en la Comunidad Valenciana y con alguna carrera del Campeonato de España en su haber. Pese a su corta edad, su palmarés parecía ser impresionante. La gente del segundo turno, integrada en su mayoría por chicas de 14 y 15 años, lo recibió al grito de:
- "¡Guapo!"
- "¡Tío bueno!"
Esperaba yo también la pregunta del millón: ¿Tienes novia? No cayó. Al menos, yo no la escuché
Pues cosas así. Antonio se reía, y yo con él. Al importarle poco a las mozas los trofeos que había conseguido, sus explicaciones se centraron en la dieta que seguía, sus horas de gimnasio, el interés de su padre, sus estudios, y cosas así, siempre relacionadas con la dedicación y el esfuerzo.
Interrumpiendo por un momento el silencio que entonces reinaba en la sala, el rugido de un motor de monstruosa cilindrada se encargó de destrozarlo. Sin duda, se trataba del piloto o mecánico del bólido de "Le Mans", desperdiciando gasolina "sin ton ni son".
A posteriori, nos puso un video de subidas de montaña con coches muy preparados, con una parte muy espectacular, en la que muchos de los autos salían pasados de una curva y entraban justitos en la siguiente, o que incluso perdían el control del volante y trompeaban.
Luego, se pasó a varias carreras de karting en las que aparecía él, llena de adelantamientos espectaculares y un trompazo en el estómago contra una valla de uno de ellos, que provocó el vómito de alguno de los asistentes. Comentando estas carreras, Eusebio Nicolás destacó la importancia de acostumbrarse a la velocidad, de la intensidad de estas carreras de 20 minutos y de lo divertido que era ver pelearse a niños de 8 y 9 años a los que el casco les cubre algo más que la cabeza.
Para finalizar, imágenes de la Clio´s Cup, competición de relevancia en el ámbito nacional y en la que espero competir algún día con el modelo del 91 de mi abuelo, y que como diría Morales, iría con un cigarro en la boca y con una mano sacada fuera de la ventanilla mientras truena Chimo Bayo dentro del habitáculo.
Para acabar mi descripción de las charlas, demonstraré con este hecho que la diferencia de clases siempre ha existido y existirá. Mientras hablaba el Team Manager, Eusebio Nicolás que segundos antes había conversado conmigo, encendió con su espalda y sin darse cuenta, las luces de la sala. Alguien me miró por inercia a mí, y como el mundo se rige por el principio aquel que dice: "Donde va uno, van todos los demás", todas las miradas de odio se centraron en mí. Que injusto. Y todo eso porque no soy campeón de Murcia de Karting. Menos mal, que como bien dice mi abuelo, que "a quien buen árbol se arrima, buena sombra le cobija". Tortosa también tuvo su momento de reconocimiento, que se produjo cuando Eusebio Nicolás lo señaló y lo presentó como comisario del Circuito de Cartagena. La gente se sintió por un momento orgullosa de tener un profesor así.
Lo peor quedaba para la salida del recinto, donde el piloto o mecánico de Le Mans se despachó a gusto:
Describo la situación y después reproduzco el diálogo:
Jesús junto a él, yo justo detrás y en un segundo plano, Antonio y David.
Y ahora, el diálogo:
- ¿Quién a soldado eso? - nos preguntó con toda la mala intención del mundo.
- Nosotros - respondió creo que Jesús.
- Pues quien haya sido, que aprenda a soldar. Esto es poco serio. ¿Tú crees que se puede hacer esto? Además, las gomas éstas os van a dar un montón de rozamiento. Tenéis que quitárselas - exigió señalando a los embellecedores que bordeaban los cristales. Y, ¡anda que el suelo! Sin suelo, ¡eso va a tener un rozamiento! ¿Y de la fibra qué? ¡Vaya un desperdicio para hacer solo esto!
No recuerdo si fue él quién dijo algo sobre la suspensión o el profesor del módulo que al contrario que el piloto, fue amable y delicado a la hora de descubrir nuestros defectos. Para más Inri, nos condujo a una clase llena de motores para intentar explicarnos el beneficio y el mecanismo de practicar unas trampillas en la parte inferior del coche para que se disipara calor y para que no surgiera el llamado "efecto paracaídas". Nos recomendó bajar un poco la suspensión y aplaudió la idea de incorporar unos pedales, cosa en la que Antonio ya había reparado. Éste se encontraba examinando de arriba a abajo el sistema del karting y no había quién le sacara de su ensimismamiento. Tortosa nos salvó de una muerte segura por exposición al sol y nos invitó a pasar a su taller.
Unos muchachos se encontraban allí intentando arracar un motor de los "gordos". Tortosa nos enseñó un sistema para localizar partes del motor que pudieran estar averiadas, y explicó su utilidad dentro del mantenimiento en la automoción, haciendo constar que lo utilizaba para que sus alumnos pudieran localizar averías que el había generado previamente. Nos explicó también que necesitaban gente por allí, y que casi todos los inscritos procedían de Lorca.
- Mañana vamos a tener un concurso muy bonito... - explicó el bueno de Tortosa -... vamos a hacer una competición de desarmar y armar un motor. Quién menos tarde, ese gana.
Sin tiempo para almorzar, y con Antonio llamando a Gónzalez para que le cubriera el puesto mientras el no llegara, decidimos volvernos. Le pedí a Tortosa una cuerda para retener la puerta fija, pero la prisa acuciaba y nos fuimos "a pelo". Al dar la vuelta, vimos a David, Pilar, Merce y a Jesús a punto de tomar asiento en el Audi. Iban a llevar a Pili a Yecla.
- A las cuatro nos vemos en la cantina - les grité por la ventanilla.
El trayecto de vuelta fue soporífero. Calor, hambre, cansancio, incomodidad, silencio... todos los ingredientes que hacían de nuestro viaje un purgatorio. Encendías el aire acondicionado y se llenaba todo de polvo, las ventanillas estaban jodidas y la puerta de atras volviéndose a abrir a la salida del pueblo. En una de esas, Carpena perdió la paciencia y se bajó del transporte. Pusimos el alambre, aunque esta vez enlazando los dos pivotes por la parte de fuera. Cuando paramos a echarle gasoil, no sabíamos ni donde estaba el depósito. Fiat Ducatto Confort, un nombre muy apropiado para definir semejante vehículo, aberración entre los de su serie y vergüenza de la carretera. Un comfort que hace que el conductor y sus ocupantes pierdan toda esperanza de volver a ver a sus seres más queridos, y que éstos caigan presos de la irritación y el malestar.
Antonio lo estaba pasando francamente mal. Manejaba el volante con resignación y denotando agotamiento. Solo le quedaba quejarse:
- Mira éstos que se han ido con las dos zagalas para allá y nosotros aquí, en la furgoneta, pasando calor. Seguro que su madre les da de comer, y nosotros aquí, muriéndonos de hambre. ¿A vosotros os parece justo?
No halló respuesta a la pregunta formulada. Todos estábamos de acuerdo, así que nos conjuramos para llegar a la meta.
Iba yo comentando lo que había sido la jornada, alegando que los pilotos de coches y los futbolistas surgen por la afición frustrada de sus padres, que al no ver realizados sus sueños, proyectan la ilusión sobre sus hijos. Como dije y no me retracto, en la mayoría de las ocasiones cumplen su propósito, pues los niños son como esponjas que lo absorben todo. Es fundamental inculcarles aquellos valores deseados, so pena de no poder educarlos correctamente. Por el contrario, algunas veces se rebotan y escogen su propio camino. Recalqué que no se da tanto el caso en los futbolistas, pues de pequeño todo el mundo quiere ser futbolista. Antonio decía que sí a todas mis deliberaciones sin sentido, motivados por el delirio que me producía el agobiante y sofocante calor que me rodeaba.
Entonces, preso de la locura, empecé a preguntarme cosas a mi mismo, con preguntas tales como:
- ¿Nos dejarían meter nuestros coches en el Circuito de Cartagena? Sería divertido echarnos una carrerilla allí.
- ¿Podríamos echar una carrera de karts algún día? Me ha dicho ese tipo que costaba 3000 euros uno de segunda mano. Pero no podemos, pues para meterlo en cualquier circuito necesitaríamos la licencia.
- Crespo, todas esas preguntas no deberías formularas ni en la ida ni en la vuelta, sino allí en el Instituto - se inmiscuyó Antonio.
- El tal Eusebio Nicolás debe de ganar un buen dinero, ¿no? - empecé a calentarle la cabeza a Carpena con mi plomiza cantinela.
- Si gana carreras, si debe de ganar, sí.
- Llevaba un "golfo" nuevo - pensé.
Cinco minutos de silencio,
- Vamos directos a la cantina - resopló Antonio como si haciera un último esfuerzo como Jesucristo antes de expirar en la Cruz.
Dicho y hecho. A las 3 y media o incluso antes, ya parábamos por la cantina. Mariano, sonriente y guasón, nos pasó su plato de zarangollo caliente por las narices. Esperando encontrar algo caliente que aliviara nuestro pesar, la camarera nos dijo la verdad. Y la verdad, duele:
- La plancha ya la hemos apagado - dijo
A Antonio se le cayó el alma a los pies. No podía ser posible. Su esfuerzo había sido en balde. Es como si vas caminando por el desierto mientras ves un oasis a lo lejos. Cuando llegas, el oasis está, pero casualmente ese día no tiene agua. O cuando esperas media hora en una barra atestada de gente, para que luego te digan que no queda Brugal. Lo mismo.
- Sólo me queda esto - apuntó nuestra amiga la camarera mostrando la bollería.
- ¡Ah, el último plato caliente me lo he llevado yo! - se mofó Mariano
- Yo quiero un pan-pizza de esos - pedí
- Y yo otro - dijo Javi
- A mi también - articuló Antonio recuperándose todavía del duro golpe.
¡Mariano! Mi padre me da el freno mañana. ¡Eso no timbra ni nada!
- A ver si es verdad - dijo Mariano divertido
- Ya verás cuando lo adaptemos. Me juego el cuello que los de Elche le han soldado una pletina al pistón y lo han enganchado con dos tornillos de acero. ¡Me juego el cuello, Mariano! - exclamó Antonio triunfante
Cuando se retiró Mariano, Antonio seguía en sus trece:
- ¡Anda que éstos! Comiendo con éstas y caliente. Y nosotros aquí, hechos unos pringaos.
- Todos somos pringaos alguna vez. Lo importante no es serlo siempre - afirmé convencido
- ¡Ahi está! - aprobaron Morales y el ingeniero de la ITV girándose al unísono.